El Internacionalismo/Lotta comunista, julio-agosto de 2015
“La lección de Chile”, en el otoño de 1973, fue el artículo de Arrigo Cervetto sobre el sangriento epílogo de la presidencia Allende en Santiago. Existe una obvia diferencia de contexto entre aquella crisis y la actual batalla de Grecia: en Chile hace cuarenta y tres años el golpe militar, el suicidio de Salvador Allende, una sangrienta represión; hoy en Atenas la tragicómica cabriola de Alexis Tsipras y de su Syriza, que del plebiscito del “no” en el referéndum contra el «chantaje» del Eurogrupo, pasan a elecciones anticipadas que buscan un “sí” para el nuevo plan europeo de reestructuración interna, el tercer «memorándum». No obstante, también vale para Grecia la observación política y de método formulada entonces para el trágico fracaso de Unidad Popular, frente al oportunismo que, después de haber exaltado a los protagonistas, en la hora de la derrota pasaba a denunciar los «errores»:
«Nosotros, que nunca hemos reconocido en Unidad Popular un movimiento socialista, buscamos comprender las razones de un fracaso. Ellos, los exaltadores de anteayer, a fuerza de compilar los errores, terminan con hacer de los dirigentes de Unidad Popular una masa de incapaces. Esto no es verdad porque no es verdad que el curso de los acontecimientos estuviese determinado por la capacidad y porque es verdad que ésta ha influido relativamente. […] Marxistas, materialistas, […] nosotros vemos en la realidad social, y no en los hombres, la dinámica de su derrota».
En aquel momento las contradicciones encendidas de las nacionalizaciones que golpeaban a las grandes propiedades de tierras y a las compañías mineras con capital americano fueron el factor clave de la derrota; por lo tanto, la crisis se produjo sobre un terreno, el programa de expansión del capitalismo de Estado, que unía a Allende con los oportunistas que pasaban a denunciar los errores. De aquel acontecimiento, en Italia, el secretario del PCI Enrico Berlinguer extrajo la señal para la línea del «compromiso histórico» que habrían motivado los gobiernos de «solidaridad nacional» en la segunda mitad de los años Setenta. Durante un periodo, el PCI buscó en la crisis chilena el asidero para escapar a su propia crisis estratégica, debida a la ambivalencia de su relación con la URSS. Fue la breve estación del «eurocomunismo»: los lemas de los «sacrificios», de la «austeridad», de la «responsabilidad nacional» acompañaron una primera separación del PCI del nexo ruso y lo llevaron a la gran coalición de hecho con la Democracia Cristiana, los gobiernos de la «no desconfianza» de Giulio Andreotti. La memoria corta del circuito mediático hace olvidar que la fórmula de la «austeridad» tiene aquel código genético, la política con la cual el oportunismo italiano puso a disposición su influencia en la crisis de reestructuración de los años Setenta.
Hoy es como si Syriza volviese a recorrer de nuevo ambos acontecimientos, el fracaso chileno y el giro transformista del oportunismo italiano. No obstante, junto a la bancarrota del parlamentarismo y de los mitos del maximalismo, las contradicciones del soberanismo nacional son las que presentan la cuenta a la heterogénea formación guiada por Tsipras.
Encuadramos la crisis griega con una serie de instrumentos conceptuales que hemos desarrollado a lo largo de los años en relación al imperialismo europeo: la nueva fase estratégica y las relaciones de potencia entre fuerzas continentales, la crisis de la soberanía y su transformación en relación a las instituciones y a las relaciones de los poderes europeos, el ciclo político europeo que une los ciclos políticos nacionales e impone sus propias fechas de caducidad, la reestructuración europea como proceso y como línea estratégica necesaria para el capital en Europa para completar la Unión y para resistir el impacto de Asia en la contienda mundial.
Partimos de la nueva fase estratégica. Cuando hemos analizado los caracteres, a comienzos de los años Dos Mil, la hemos connotado con el signo de China y de la unificación europea. Los dos procesos están unidos, como argumentamos comentando a Lenin sobre el lema de los Estados Unidos de Europa: la fuerza objetiva que empuja a la unidad imperialista de Europa, escribíamos, está en la necesidad estratégica del capital europeo de resistir el impacto de Asia y de China con una escala de potencia comparable.
No hay que olvidar nunca esta valoración sobre el proceso europeo, que es preliminar a todas las otras de carácter de análisis práctico. La unidad de Europa es la elección estratégica de la burguesía en el Viejo Continente, como respuesta a los desafíos de la contienda imperialista. Inmediatamente después de la guerra, fue la réplica a la catástrofe de dos guerras mundiales, en la que Europa se había autodestruido entregándose al reparto entre los EE.UU. y la URSS. Con la evolución de la contienda, la estrategia europea con el euro, los tratados de la unidad política responde a la mutación de las relaciones de fuerza mundiales que caracterizan la «nueva fase estratégica», como fase de la definitiva emersión de Asia y de China, de la contienda entre «fuerzas continentales» y en consecuencia del empuje de Europa a organizarse, también ella, como fuerza de aquel tamaño. De aquella valoración desciende, de la mutación radical de la balanza global en la nueva fase estratégica, el que atribuyamos al proceso europeo el valor de una tendencia de fondo y, por lo tanto, sobre la congruencia con aquella directriz de largo plazo valoramos oscilaciones, desviaciones, combates individuales.
Pasamos, entonces, a los poderes europeos y a las transformaciones de la soberanía. Con aquellas premisas en el análisis hemos valorado durante años la evolución del ciclo político europeo, recurriendo a una serie de herramientas de análisis, de «síntesis científicas» y de generalizaciones teóricas de los combates que estábamos analizando. La pluralidad de superestructuras europeas, instituciones federales, confederales, nacionales, locales, es el conjunto de los poderes políticos en el que se representan grupos y fracciones burguesas del Continente en la democracia imperialista europea. Se ha producido una ruptura de la soberanía en el momento en el que atributos clave de los poderes naciones han sido devueltos a los poderes de la Unión en diferentes formas. El BCE, el Banco central europeo, se ha situado como poder monetario federal. Un poder legislativo y ejecutivo confederal es ejercido a través de otros organismos, presentados demasiado precipitadamente como “intergubernamentales”, como el Consejo europeo, el Ecofin, el Eurogrupo. Sobre este terreno, cuando la situación se aclare tendremos todos los elementos para una reflexión ordenada, y quedará claro que una novedad específica del combate de la crisis griega ha sido el debut del Eurogrupo como cámara confederal y al mismo tiempo de ejecutivo confederal de la zona euro.
Estos poderes, y su mecanismo de acción, son regularidades de la superestructura europea, ya que el proceso está en marcha, y son los combates en los cuales estos poderes pueden influir, conformar y definir sus propios poderes. Partir de este presupuesto y del uso de estos instrumentos de análisis proporciona a las posiciones marxistas una ventaja respecto a todas aquellas corrientes que por retraso o querido malentendido continúan usando las categorías de los poderes políticos (soberanía, poder ejecutivo, poder legislativo, etc.) según viejas correlaciones que ya no existen. Esto no significa que ya no exista la soberanía nacional: piénsese solamente en el 40-50% del PIB que es gestionado a través de mecanismos de gasto que en la superficie aparecen todavía ligados a los procesos políticos de los Estados individuales. Pero ya no existe más como ámbito exclusivo donde es negociada y definida la línea general de los grupos y de las fracciones de la burguesía en Europa. Ya no existen las viejas correlaciones que definían la soberanía del Estado-nación. Ya no comprende la soberanía monetaria o, mejor, ésta es ejercida por el gobernador del banco nacional conjuntamente en el poder federal del BCE; ya no comprende la facultad de negociar acuerdos comerciales en el exterior; ya no comprende la regulación de la competencia en el mercado interno, que ya no es un espacio nacional y se ha convertido en el mercado único europeo; ya no comprende la potestad exclusiva sobre las políticas fiscales y presupuestarias, sujetas al pacto de estabilidad, al fiscal compact, al semestre europeo, etc.
Esta nueva condición de la soberanía en Europa nos envía a las regularidades del ciclo político europeo, a sus nuevas leyes de movimiento. Nos limitamos a tres observaciones. En el momento de máxima tensión de la crisis, Atenas ha sido acusada de haber minado el pacto de «confianza» que liga a los miembros de la zona euro, reivindicando en el referéndum el primado de un solo Estado, el griego, cuando en cambio la federación del euro engloba a diecinueve Estados y les obliga a compartir la soberanía. Sabino Cassese, fundador del derecho constitucional europeo, remarca en el Corriere della Sera, el nuevo trazo de fondo de la «madeja enmarañada» de las instituciones europeas: «Los gobiernos nacionales ya no son sólo responsables frente a sus pueblos, sino frente a los gobiernos de los otros Estados».
Reinhard Müller, redactor jurídico de la Frankfurter Allgemeine Zeitung, escribe que los treinta años de la «guerra europea», entre 1914 y 1945, han llevado a un «consenso» que hoy «ha tomado la forma de tratados europeos con diferentes formas legales». Las disputas sobre regulaciones individuales o sobre decisiones específicas del Tribunal europeo sólo confirman la regla, «la mayor parte de las normas es seguida»: «Está claro que cada Estado (o individuo o sociedad privada) intenta aprovechar e interpretar cada ley a su favor, pero esto no cambia el funcionamiento de la comunidad jurídica, hasta que sea aceptada como tal». Angela Merkel, al pedir el voto del Bundestag, casi ha repetido casi literalmente la tesis de la FAZ, afirmando que la Unión del euro es una «comunidad de derecho», cuyas leyes no pueden ser cambiadas por voto nacional individual. Detrás de las fórmulas jurídicas, que son la autorepresentación del mundo de la era burguesa, se entrevé la tesis de Friedrich Engels sobre las funciones del Estado, que debe asegurar tanto a la clase dominante el poder político contra el proletariado como también garantizar su interés general frente a las pretensiones unilaterales de los «capitalistas individuales». A escala continental, esto es válido frente a las fracciones nacionales individuales de la burguesía europea.
En las formas del poder federal del BCE y del poder confederal del Eurogrupo actúa, por lo tanto, una expresión de la soberanía europea. Que no se trate de fórmulas abstractas, sino de los poderes políticos en los que se expresan los poderes económicos de las concentraciones individuales del capital en Europa, está confirmado por la batalla dentro del Eurogrupo. Reducida sólo a la confrontación entre Alemania y Grecia o, peor, sólo al enfrentamiento de personalidades entre Merkel y Tsipras, la situación sería incomprensible. Sólo tomando en cuenta a todos los diecinueve protagonistas, en aquel momento virtuales “senadores” de la Cámara confederal del euro, aquella batalla puede ser descifrada y la propia posición alemana puede ser comprendida de verdad.
La presidencia de la Unión ha sido una de las instituciones destacadas por la crisis, más que la Comisión dirigida por Juncker que ha aparecido, en cambio, frustrada en su intento de hacer pesar su propio papel político. Entrevistado por Le Monde, el presidente Donald Tusk se ha declarado cercano al «ordoliberalismo alemán», por su enfoque «pragmático» y sin ilusiones ideológicas: en Europa, ha deslizado dirigido a los franceses, «tenemos demasiado Rousseau y Voltaire y demasiado poco Montesquieu». Tusk ha indicado en la implicación de Holanda el momento de cambio de las negociaciones. Después de veintitrés horas de negociación, ha revelado, estaba claro que la posición más intransigente hacia Grecia no era la alemana. Angela Merkel estaba preparada para el compromiso, pero otros temían que un acuerdo habría sido rechazado por los respectivos parlamentos nacionales. Para Tusk, el primer ministro holandés Mark Rutte «era el mejor representante de dichos Estados».
Esta es la primera observación: sólo a partir de los poderes europeos y de la combinación entre instituciones federales y confederales se podía tener un cuadro de las fuerzas en acción, con el frente más intransigente que ha unido a Holanda, Finlandia, las repúblicas del Báltico, Eslovaquia junto a otros como también España, Portugal e Irlanda. La segunda observación está unida: la posición alemana y la dialéctica entre Angela Merkel y Wolfgang Schäuble es una dinámica donde la confrontación interna en Alemania no es separable de las líneas de división de todo el Eurogrupo.
El Financial Times y otras fuentes críticas hacia Berlín han retomado algunos fragmentos de las memorias de Timothy Geithner, ministro del Tesoro estadounidense en los años centrales de la crisis global. En el libro,Stress Test, está la versión americana sobre el ataque que amenazó la deuda soberana en Europa en el verano de 2012. A finales de julio, Mario Draghi había empeñado al BCE a hacer «cualquier cosa» que hubiese sido necesaria para salvar al euro. Aquella frase – «whatever it takes»– se revelaría como el momento crucial de la crisis. Geithner se presenta como el interlocutor de Draghi contra la intransigencia alemana, casi el sugeridor de una elección deliberada de dejar al Bundesbank en minoría en el consejo del Banco central europeo. Cuenta un encuentro en el cual Schäuble afirma que «muchos» en Europa pensaban en una expulsión de Grecia del euro como una «estrategia plausible e incluso deseable»; el acontecimiento «habría sido lo bastante traumático como para asustar al resto de Europa, induciéndola a ceder más soberanía a una unión fiscal y bancaria más fuerte».
Geithner encuentra «pavorosa» la idea de que dejar «quemarse a los griegos» fuese la solución, pero su versión es una ocasión perdida para reconstruir la dinámica efectiva del proceso de decisión alemán. En septiembre Draghi anuncia el plan OMT de adquisición de títulos soberanos de los países europeos sobre el mercado secundario, dejando claro que éstos «no serían dejados caer». No obstante, en ese momento Merkel y Schäuble apoyan a Draghi públicamente «a pesar de que el representante del Bundesbank en el BCE hubiese votado “no”»; el anuncio del programa de adquisición de los títulos de Estado «y el soporte vital de Merkel» son decisivos para cerrar la crisis.
Falta en Geithner, muy americano en el convencimiento de que las condiciones “excepcionales” de América sean o deban ser las condiciones universales, alguna reflexión sobre la aparente transformación de Schäuble, que al final converge detrás de Angela Merkel aislando al jefe del Bundesbank en la oposición a Draghi. En la cúpula alemana hay una dinámica articulada por la cual Geithner no muestra sensibilidad o interés, donde Merkel tiene la palabra decisiva sobre la elección estratégica, el ministro de las Finanzas Schäuble tiene la función de recoger las posiciones de los “halcones” y reconducirlas hacia la elección estratégica de la Cancillería, y por último Jens Weidmann con el Bundesbank se queda presidiendo el terreno de las objeciones alemanas dando representación también a las corrientes que permanecen aferradas a la línea del “no”.
No se trata, creemos, de un juego de las partes preparado de antemano, sino de un uso acordado de posiciones y papeles realmente diferentes, aunque expresadas y ejercitadas en un cuadro aceptado de colaboración. Las frases de Schäuble empuñadas por Geithner como prueba de una voluntad alemana de excluir a Grecia del euro e incluso de hacerla «quemar» como advertencia a todos los otros son en realidad el primer pasaje de un combate en el cual Alemania resiste a la presión americana, se muestra asertiva frente a la laxitud mediterránea y con esto toma en cuenta las reservas del Norte de Europa, pero al final apoya al BCE aunque dejando al Bundesbank en la oposición, salvando la situación a las condiciones alemanas.
Realizadas las debidas diferencias de contexto, a partir del hecho de que el centro de la decisión hoy era el ámbito confederal del Eurogrupo y no el federal del BCE, nos parece que el verano de 2012 ha revelado una regularidad de movimiento reiterada en este verano de 2015. Esto se ve confirmado, por otra parte, por un detalle revelador: la propuesta real del ministro de las Finanzas alemán no ha sido nunca la mera suspensión de Grecia del euro, sino la alternativa entre esta exclusión temporal y el plan de reestructuración después aceptado por Atenas. Schäuble ha empuñado un arma disuasoria, hablando contemporáneamente a los griegos y al frente dirigido por los holandeses.
La tercera observación sobre el ciclo político europeo está relacionada con el eje franco-alemán y el papel específico de Angela Merkel al que está conectado. Para François Heisbourg, de la Fundación para la investigación estratégica, la integración europea implica a 28 jugadores pero al final «vencen los franco-alemanes», y es así desde hace setenta años. El secreto es que Francia y Alemania dirigen «no porque están de acuerdo sino por no lo están». Adenauer era un federalista y De Gaulle quería una Europa de Estados-nación; hoy Berlín ha considerado una salida de Grecia mientras París ha trabajado para tener a Atenas en el euro: «Ya que a menudo los dos países representan polos opuestos dentro del debate de fondo en Europa, un acuerdo entre Francia y Alemania generalmente puede ser aceptado por todos, aparte de Gran Bretaña».
También esta tesis, casi literalmente, ha sido empuñada por Angela Merkel frente al Bundestag. A menudo Francia y Alemania tienen opiniones muy alejadas, «pero precisamente porque la prospectiva de los dos países es diferente, cuando llegan a un acuerdo indican un camino que también otros pueden recorrer». Por lo tanto, el eje renano funciona porque Francia y Alemania son diferentes. ¿Cada vez funciona más con las condiciones alemanes, ya que la mutación de las relaciones de fuerza sobre las dos orillas del Rin ha desnaturalizado la relación estratégica?
No lo pensamos, pero también pensamos que el interrogante seguirá siendo central en los próximos años. La mutación de los pesos es innegable: Schäuble en Der Spiegel reconoce que «el equilibrio europeo» se ha movido hacia el Este después del fin de Yalta; la crisis global y el retraso de la reestructuración en Francia han hecho el resto. Pero el nexo estratégico entre Berlín y París no es un mero calco de la fuerza económica respectiva, y la unión con la fuerza política de Francia sigue siendo imprescindible para Alemania. La crisis del verano de 2015 nos lleva a concluir que Schäuble ha encarnado el baricentro europeo sobre el plano de la “política interna” alemana y europea, pero Merkel es el baricentro estratégico, y éste continúa requiriendo el doble equilibrio del «Westbindung», el «nexo occidental» más allá del Rin con Francia y más allá del Atlántico con los Estados Unidos.
Finalmente, la reestructuración europea. Que también es indescifrable sin el nexo con las relaciones de potencia de la nueva fase estratégica y con el empuje para consolidar los poderes europeos en una soberanía de la Unión reequilibrada en sus instituciones políticas. Nos limitamos a observar que la lucha entre las potencias del imperialismo es también una batalla sobre las tasas de parasitismo, sobre la productividad general, sobre la eficiencia de los sistemas legales e institucionales, etc. Y la batalla de Grecia ha llevado al primer plano el dúplice nexo de esta reestructuración: sobre el plano institucional, con los poderes europeos que deben dirigirla; y, sobre el plano de las estructuras económicas y sociales, el nexo con la convergencia interna en la federación del euro, a partir de los niveles de gasto público, de las estructuras del Estado del Bienestar de las pensiones y la asistencia social, de la deuda, de la fiscalidad, de la flexibilidad salarial.
El imperialismo europeo está obligado a la reestructuración para afrontar en el largo ciclo de la deuda a las otras grandes áreas del imperialismo unitario; por un lado, los poderes europeos deben dirigir la reestructuración y, por otro lado, deben garantizarla con un mayor grado de centralización federal sólo si la convergencia económica interna hace menos ardua las condiciones políticas para un salto institucional. Como muestra la rebelión en el Bundesbank contra el tercer programa de intervención para Grecia, el electorado alemán, holandés, finlandés, pero también letón o eslovaco, sólo podrán ser llevados a aceptar una forma de unión fiscal y presupuestaria cuando existan poderes federales que la garanticen, y cuando sea controlado y reorganizado el destartalado Estado de Bienestar endeudado del área mediterránea.
No bastará la batalla de Grecia, combates cruciales afectarán a Italia y Grecia, pero esta es la prospectiva. Karl Lamers ha sido el coautor con Schäuble del documento sobre la «Kerneuropa» en 1994 –el «núcleo duro» europeo– y recientemente de una nueva propuesta para mayores poderes para el área euro de la Unión, que debe considerarse complementaria a la línea del ministro de las Finanzas. Da a entender en Die Zeit que la «soberanía compartida» deberá proceder con un «gobierno económico» y un «parlamento específico para la zona euro» pero también que una «política económica común» comprenderá una «política social común»: después de que alcance «un nivel de prestaciones y de competitividad bastante similar», la Unión del euro podrá tener un «seguro para la desocupación común» y una «deuda común» con la emisión de “eurobond”.
Será el terreno para la transformación, no sólo en Grecia, de los muchos reagrupamientos nacidos en la retórica maximalista contra «la Europa de los banqueros» que crecerán en cambio como corrientes y declinaciones del socialimperialismo europeo. La mutación está en marcha, permanecen las consecuencias sociales de la crisis y del choque inducido por la reestructuración. François Meunier, economista financiero francés con experiencias en Paribas y Société Générale, valora en la revista Telos que la renta per cápita en Grecia, a paridad de poder adquisitivo, era en 2009 cercana a la media de la Unión, un índice de 94 siendo 100 el conjunto de la UE. La crisis de 2008 y los sucesivos planes impuestos por la “troika” han llevado el nivel a 72, más de veinte puntos menos. Es una condición cercana a Polonia (68) pero superior a los países limítrofes de los Balcanes como Rumania (54) y Bulgaria), y más que, fuera de la Unión, Turquía (53).
Grecia entró en la CEE en 1981, España y Portugal en 1986; en aquella época la valoración fue que Europa tenía la fuerza para anclar el área mediterránea a las formas democráticas del envoltorio político. En el ciclo estratégico posterior a la ruptura de Yalta, esto también fue válido para el área eslava. Después de unos quince años después del hundimiento de la URSS y de su esfera de influencia, la mayor parte del Este europeo se adhirió a la UE en 2004, Rumanía y Bulgaria en 2007; Serbia, Montenegro, Macedonia –y con todas las incógnitas también Turquía– son candidatas a la adhesión. El acercamiento de Grecia a Europa del Este sugiere que la dura reestructuración posterior al hundimiento del capitalismo de Estado de influencia rusa se ha revelado más eficaz que las dosificaciones mediterráneas. Quizás el contenido implícito de la fórmula Schäuble de suspensión del euro era imponer a Atenas una “terapia de shock” del tipo polaco, báltico o eslovaco en los años Noventa. Tsipras parece haberlo comprendido, cuando motiva su giro con la tesis de que la verdadera alternativa era entre el tercer «memorándum» dentro de la zona euro o en todo caso el mismo «memorándum» con el dracma.
Meunier es de inclinación liberal, atribuye la crisis griega a la paradójica «maldición de los países asistidos» y, por lo tanto, al propio vínculo con la UE, que habría transferido una financiación equivalente al 4-5% anual del PIB entre fondos estructurales o fondos PAC, la política agrícola común; otra «transferencia implícita» sobre el 2% habría venido de los bajos tipos de interés por la pertenencia al euro, al menos hasta la crisis global de 2008. Según Meunier esto ha contribuido a perpetuar un compromiso social estatalista con baja productividad y gasto alto, comparable a otras áreas asistidas como el «Mezzogiorno» italiano.
Esto nos envía a la última cuestión, una defensa de clase para el sector griego del proletariado europeo, frente a la crisis y los planes de los «memorándum» que han dejado en carne viva a todos los estratos. El mordisco de la política imperialista contra los salarios en realidad se ha hecho sentir tanto en la península helénica como en todos los países sometidos a los “programas” UE; según Le Monde entre 2009 y 2015 el coste del trabajo ha caído un 9% en Grecia, un 8% en Portugal, otro 8% en Irlanda y un 7% en España. La burguesía griega, como la italiana, tiene su tradición de burguesía de frontera proclive a buscar cualquier ventaja de su condición particular; no obstante, al final, situada con la espalda contra la pared, grupos y fracciones fundamentales han confirmado la elección estratégica europeísta. Lo testimonia la alineación de todas las principales corrientes políticas, desde la Iglesia a los mayores periódicos. Junto a los asalariados, también paga un precio la pequeña burguesía, y con ella gran parte de la pequeña burguesía transformada a lo largo de los años en las estratificaciones de una burocracia que lo ha invadido todo.
Si hay algo imperdonable en las ilusiones maximalistas, es haber concedido primero al repliegue nacionalista: una ilusoria trinchera, no por casualidad compartida en toda Europa con las facciones políticas más reaccionarias y atrasadas de la «actitud subversiva» de la pequeña burguesía, tanto del Front National de Marine Le Pen en Francia, de la Lega y cada vez más de los 5 Stelle en Italia, de Aurora Dorada o de los Griegos Independientes en Atenas. Aquella prospectiva se ha demostrado un callejón sin salida, el daño se ha redoblado por el mito confuso de «otra Europa» donde la tercera dosis de la reestructuración europea en el nuevo «memorándum» acompaña a la mutación ideológica de un socialimperialismo europeísta.
La soberanía europea es el dominio del capital sobre el plano continental, pero todo lo que concentra la burguesía es una ventaja para nuestra clase. La ventaja objetiva de un único mercado de la fuerza de trabajo para el proletariado europeo en la Unión no se disipa en el mito reaccionario de la defensa nacional o localista; la oposición a la Europa potencia del imperialismo tiene la necesidad de la estrategia comunista. Esta es la lección griega.
Lotta comunista, julio-agosto de 2015
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