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A Aldo Díaz Lacayo, Bolivariano y sandinista en su 80 aniversario
El siglo XX inauguró el dominio de Estados Unidos sobre América Latina y el Caribe, al desplazar a Gran Bretaña como potencia predominante en la región. En el marco de pleno desarrollo de su política imperialista, con preponderancia de los monopolios, la hegemonía del sector financiero sobre los demás y una creciente captación de capitales y materias primas, se produjo un arrebato ascendente en sus impulsos agresivos. El espíritu del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe, que suponía que Estados Unidos era un pueblo elegido y que toda la región era parte de su emporio, se apoderó de sus clases dirigentes, exacerbadas por inusual impulso mediático para la época.
Antes de finalizar el siglo XIX, Estados Unidos invadió Cuba y obligó a España a entregarle Puerto Rico, Filipinas y las islas Guam. Permaneció en Cuba hasta 1903 y retiró sus tropas a cambio de imponer la ominosa Enmienda Platt a la Constitución de ese país, concediéndose el derecho de intervenir en los asuntos internos de la isla. Así mismo, se apoderó de una porción de territorio en Guantánamo conservándolo aún por la fuerza. Casi 120 años después, tutela a Puerto Rico bajo una situación colonial, que mantiene a sus habitantes como ciudadanos de segunda clase.
Esta acción fue el inicio de un largo y doloroso proceso de penetración imperial de Estados Unidos en la región, utilizando para ellos diversos instrumentos y un variado expediente de recursos militares, políticos, diplomáticos y económicos para lograr sus objetivos. En 1903, en alianza con el mercenario francés Philippe Bunau-Varilla, apoyó una rebelión secesionista que condujo a la creación de Panamá y el apoderamiento de una zona de su territorio, donde construyó el canal interoceánico, sobre el cual todavía hoy, tiene el privilegio único para el tránsito de sus navíos militares.
La aplicación de la política del gran garrote y la diplomacia del dólar se hizo práctica al implementarse el Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe que le auto concedía a Estados Unidos la posibilidad de actuar como “policía internacional” legalizando las intromisiones militares. En ese marco, intervino en República Dominicana en 1905, en 1906 en Cuba, en 1908 en Panamá, en 1909 en Honduras, en 1910 en Haití, en 1912 nuevamente en Nicaragua y en Panamá; en 1915 invadió y sojuzgó a Haití y en 1916 volvió a enviar sus tropas a República Dominicana, así como en 1918 a Panamá.
Ese parecía ser el sino de la actuación de Estados Unidos en la región. Cuando en 1927 se produjo una nueva intervención militar de Estados Unidos en Nicaragua, la voz ardiente y el fusil libertario del General Augusto C. Sandino se alzó con un pequeño ejército de campesinos, que fue creciendo con los días y las semanas, en contra de la presencia de la bota imperial en su país. Las fuerzas invasoras dotadas del más moderno armamento y con el apoyo de aviones y artillería pesada, fueron vencidas militarmente, teniendo que abandonar Nicaragua, reconociendo la imposibilidad de derrotar a Sandino. La poeta chilena Gabriela Mistral, dijo entonces que el general nicaragüense “carga sobre sus hombros vigorosos de hombre rústico, sobre su espalda viril de herrero y forjador, con la honra de todos nosotros los latinoamericanos” y el escritor y político argentino Manuel Ugarte lo corroboró al asegurar que “Sandino se eleva por encima de las fronteras de su propia República y aparece como el brazo de una reacción continental. Reacción contra el invasor extranjero y reacción contra los traidores que favorecen sus planes”.
Sandino y el pueblo nicaragüense revirtieron la situación de avasallamiento de Estados Unidos sobre la región, propinándole su primera derrota militar y rescatando para los pueblos de América Latina y el Caribe, la moral necesaria para continuar la lucha desigual contra la potencia imperial.
Sandino fue asesinado en 1934, traicionado por Anastasio Somoza que impuso una férrea dictadura en su país, apoyada por Estados Unidos con armas y recursos financieros ilimitados. El propio presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt reconoció que “Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, sintetizando con ello el desprecio de la metrópoli por el engendro que había creado. En 1961, Carlos Fonseca, el más preclaro heredero de la causa sandinista, Tomás Borge y otros jóvenes, fundaron el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) para llevar adelante la lucha armada contra la dictadura que acosaba su país. Después de largos años de lucha, a finales de la década de los 70, la dictadura se encontraba aislada nacional e internacionalmente, sólo sostenida por el apoyo de Estados Unidos y una brutal represión que producía miles de muertos, torturados y perseguidos.
Los acontecimientos en la región no eran muy distintos. Desde la intervención militar y derrocamiento violento del presidente Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, América Latina vivía una situación de regresión generalizada, solo interrumpida por el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, pero la isla caribeña, había sido aislada, bloqueada y expulsada del sistema interamericano, e incluso agredida en 1961 por tropas mercenarias que habían salido de Nicaragua apoyadas (para variar) por Estados Unidos. Cuba, emulando a Sandino había logrado derrotar la invasión proporcionándole una nueva derrota militar al imperio. Sin embargo, el panorama de América Latina durante los últimos años era desolador: se entronizó la dictadura de Duvalier en Haití, el presidente Juan Bosch fue derrocado en República Dominicana en 1963 y dos años después las tropas imperiales irrumpieron en ese país, asesinando a centenares de ciudadanos, golpes de Estado en Brasil (1964), Bolivia (1971), Chile y Uruguay (1973) y Argentina (1976). La regresión conservadora estaba en marcha acompañada de feroces dictaduras de seguridad nacional apuntaladas por Estados Unidos, mientras se aplicaban políticas neoliberales que destruían y desmejoraban conquistas de los trabajadores, logradas tras largas décadas de lucha.
El panorama de la región era oscuro hasta que en 1979, el pueblo nicaragüense conducido por el FSLN dio al traste con la dictadura somocista, generando el proceso de transformación más profundo jamás vivido en América Latina y el Caribe desde el triunfo de la Revolución Cubana. Unido a la toma del poder por parte del Movimiento de la Nueva Joya en Granada en marzo de ese año, Nicaragua una vez más, detenía el influjo maligno de las fuerzas reaccionarias y se convertía en un bastión moral, en una fuerza avasalladora que señalaba que era posible enfrentar al imperio y derrotarlo. La Revolución Popular Sandinista fue el impulso catalizador que los pueblos de la región necesitaban para desarrollar las luchas que devinieron años después en las derrotas de las dictaduras, el retorno a la democracia, el aplastamiento del neoliberalismo y la posibilidad de enfrentar el futuro en mejores condiciones.
El imperio no podía permitir incólume tal afrenta. La Revolución Sandinista fue sometida a un brutal acoso militar, político, diplomático y económico hasta que fue derrotada electoralmente en 1989, cuando la disyuntiva era continuar interminablemente la guerra o darle una posibilidad a la paz. Aunque esta sobrevino en la forma de tres gobiernos neoliberales que produjeron la regresión de todos los avances sociales y económicos que había logrado el gobierno del FSLN a pesar de las difíciles condiciones de la agresión, los herederos de Sandino y Carlos Fonseca supieron perseverar, vencer los obstáculos y regresar al poder en 2007.
Otra era la situación en América Latina y el Caribe desde el triunfo en 1998 del Comandante Hugo Chávez en Venezuela. La región respiraba un ambiente de democracia, solidaridad e integración, al cual Nicaragua se incorporó rápidamente. Sin embargo, las fuerzas que pretenden retrotraer la historia continuaron en su afán de socavar los logros de los últimos años, las oligarquías locales aliadas de Estados Unidos comenzaron a recurrir a nuevas formas de retroceso: golpes de Estado parlamentarios, utilización de los medios de comunicación como instrumentos de falsificación de la realidad, bestial acoso financiero y económico exterior y tergiversación de las correctas prácticas gubernamentales, lo cual unido a errores propios cometidos en las gestiones, condujeron a un nuevo momento de involución dialéctica que ha hecho del 2016, un año de malas noticias para los pueblos: el regreso del neoliberalismo más desenfrenado en Argentina, de mano de la fraudulenta democracia representativa y Brasil a través del más desembozado golpe de Estado, campañas de desinformación mediáticas que hicieron perder el referéndum que posibilitaría la reelección de Evo Morales, a pesar de lo cual, la popularidad del presidente se mantiene sobre el 60%, intentos desestabilizadores en Venezuela que buscan el derrocamiento del Presidente Nicolás Maduro y el rechazo de una minoría de colombianos que en virtud de la democracia representativa se transforma en mayoría, en el plebiscito que refrendaría el proceso de paz de ese país.
Nuevamente, una situación tenebrosa para las luchas populares, y nuevamente el pasado 6 de noviembre, a solo unos días de la conmemoración del 40 aniversario de la caída del Comandante Carlos Fonseca, el pueblo nicaragüense, da una lección memorable al levantar en las elecciones presidenciales, la bandera de la perseverancia, la dignidad y el honor para una América Latina que por tercera vez en menos de 100 años, puede mirar a la patria de Rubén Darío, como encumbrada tierra de lucha, de libertad y esperanza.
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