En este mundo
caótico se reproduce cada vez con más fuerza el horror sin fin de la guerra.
Cien años después de la primera masacre imperialista este mundo reaviva luchas
entre etnias, fanatismos religiosos y frustraciones de nacionalismos impotentes
que nunca se han apagado, por los cuales las poblaciones locales pagan su
tributo sangriento.
El precio más
alto, como siempre, lo paga el proletariado, engatusado por ideologías
venenosas y enviado a la masacre por los intereses de burguesías regionales
empapadas de petróleo, codiciosas y sujetas desde siempre al «juego»
cínico e hipócrita de influencias de viejos y nuevos imperialismos.
Irak, once
años después de la aventura estadounidense para exportar con la fuerza paz y
democracia se hunde en el caos. Dividido por una lucha por el
reparto de la renta petrolífera en la cual se ha llegado a empuñar hasta la
bandera del «califato». Solo en las últimas semanas el conflicto se ha cobrado
miles de víctimas.
Una situación
explosiva, alimentada también por el caos en la cercana Siria donde, tras una
carnicería de tres años y cientos de miles de muertos, parece empezar una
«normalización» bendecida por las potencias que consiste en la confirmación en
el poder del sangriento régimen de Assad.
Mientras tanto
en Gaza la población se encuentra otra vez entre la espada y la pared. Carne da
cañón entre los bombardeos del ejército israelí y los cohetes lanzados por
Hamás. Ya se han producido más de 500 muertos, entre ellos por lo menos
un centenar de niños, 55 mil desahuciados y 2000 casas destruidas.
Un precio
espantoso e inaceptable, no menos que el pagado por la locura nacionalista en
el Este de Ucrania. Desde hace meses este conflicto recae sobre la cabeza de la
población inerme y engatusada, entre las apuestas, intrusiones y debilidades de
Moscú, Washington y Bruselas.
Son campos de
lucha de la incesable contienda entre viejas potencias en ocaso y nuevos
imperialismos ascendentes. Son bancos de pruebas en los cuales se miden las
relaciones de fuerza de cara a las más violentas contiendas del futuro.
En esta
guerra sin fin nuestra clase no puede hacerse remolcar por las diferentes
fracciones burguesas. No debe seguir pagando impotente los precios espantosos
de esta interminable barbarie.
Hay decenas
de millones de proletarios en los Estados árabes, más dos millones de
proletarios israelíes, a los que se suman por lo menos 13 millones de
proletarios asiáticos emigrados en el Golfo. Y hay decenas de millones de
jóvenes proletarios también en el Este de Europa.
Son grupos
impotentes del proletariado mundial. Si tuviesen conciencia de su propia fuerza
podrían oponerse tanto al gran terror de las grandes potencias como a las
pequeñas guerras del terrorismo y del nacionalismo.
El
capitalismo ofrece a los jóvenes y a los asalariados un futuro de horror y
barbarie sin fin. Por esta razón reconstruir el internacionalismo para nuestra
clase es un interés vital.
Círculo
Internacionalista de Valencia
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