Luis Britto García, 17/07/2007
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Las dos gestas más inspiradoras para revolucionarios italianos y latinoamericanos son la de Simón Bolívar y la de Giuseppe Garibaldi. Ambos emprenden luchas de emancipación política para cortar los vínculos externos que sujetan a sus pueblos a soberanías extranjeras. Ambos emancipan para unificar pueblos liberados. Ambos promueven ideas republicanas, democráticas y de secularización del Estado, y con las limitaciones propias de cada época, planes de reforma social y económica. Los dos emancipadores sufren un destino patético: culminada la epopeya militar, fuerzas oscuras truncan su proyecto político y social. Dijo Voltaire que los profetas armados siempre derrotaron a los desarmados. Dos profetas invencibles parecen aniquilados por fuerzas sin rostro y sin armas. Invoquemos al profeta desarmado Antonio Gramsci para identificarlas.
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Ante todo, desentrañemos las relaciones entre luchas de emancipación y revoluciones. Mentalidades neocoloniales descalifican todo patriotismo y tachan de delito la aspiración de los pueblos en desarrollo de no ser gobernados por extranjeros, mientras que ellos se afanan en preservar incólumes indisolubles e inviolables lealtades políticas, jurídicas e ideológicas con poderes imperiales. Tras la globalización del capital, la transnacionalización de la ciudadanía. Lo cierto es que las guerras de emancipación política o liberación nacional son episodios de la lucha de clases. En ellas una clase dominante para expulsar a otra llama en su auxilio a las castas dominadas, como ocurrió con los blancos criollos en América. O bien una clase dominada casi aniquila a la dominante, como hicieron los esclavos con sus amos en Haití, los campesinos asiáticos con japoneses y colonialistas europeos en la Revolución China y los campesinos antillanos en la Revolución Cubana. La emancipación se convierte en revolución cuando arrebata a la clase dominante tanto sus explotados como su ejército y sus aparatos ideológicos.
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Así, Bolívar culmina la campaña de emancipación política iniciada por la oligarquía local de los blancos criollos contra los peninsulares, pero ésta sólo se decide cuando los independentistas convocan en su ayuda a indígenas, esclavos, pardos y blancos de orilla. Para crear un nuevo ejército, Bolívar ofrece la libertad a los esclavos que se alisten, reparte títulos de tierras a los milicianos, libera de la servidumbre a los indígenas. Vale decir, todo proceso de emancipación política marcha al mismo paso que su proyecto de emancipación social. La Independencia no sólo corta vínculos con la monarquía española: también le clausura toda posteridad en América al imponer instituciones republicanas que constituyen una revolución política equivalente a la francesa. El proyecto emancipatorio no puede sin embargo unir grandes bloques geopolíticos para equilibrar la influencia estadounidense y europea. El Congreso de Panamá falla en el intento de consolidar una federación americana con ejércitos bajo dirección común. La Gran Colombia, que unificaba la capitanía general de Venezuela y el virreinato de la Nueva Granada, se disuelve poco antes de la muerte de El Libertador. Los próceres independentistas se apoderan de las tierras concedidas a sus soldados; mantienen la esclavitud y confiscan el poder político reservando el ejercicio del voto para los propietarios, en esa prolongación de la sociedad de castas que será denominada República oligárquica.
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Apliquemos a esta perduración de superestructuras las categorías de análisis de Gramsci. En la América recién emancipada apenas varían las fuerzas productivas: esclavos y trabajadores semifeudales siguen explotando minas y latifundios con técnicas arcaicas. Apenas se alteran las relaciones de producción basadas en la esclavitud y la semiesclavitud por deudas del trabajo asalariado. El mismo bloque hegemónico ejerce casi idénticos poderes mediante instituciones religiosas, educativas y medios de comunicación que apenas se modifican. Los próceres que devienen terratenientes se alían al bloque dominante y ejercen provechosos despotismos. Quienes intentan reformas son asesinados como Antonio José de Sucre, o empujados al exilio, como Bolívar y San Martín. Las reivindicaciones pendientes se dirimirán después en sangrientos conflictos fratricidas.
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Igual de gallarda y trágica es la gesta de Giuseppe Garibaldi. Tiene por escenario dos mundos, en los que reúne ejércitos no convencionales para lograr brillantes triunfos militares. Como Bolívar, asume la emancipación política como pedestal para un proyecto integrador, en este caso el de la unidad italiana. Libra una guerra de emancipación por Uruguay y tres por Italia; participa en la contienda franco prusiana y abriga proyectos de liberación de Grecia, Croacia y Hungría. También batalla por estructuras modernizantes: igualdad jurídica garantizada por gobiernos laicos, republicanos y democráticos, y por reformas económicas y sociales. Así, tras el desembarco de los Mil en Marsala y la asunción de la dictadura en nombre de Vittorio Emanuele II, Garibaldi promete una reforma sobre los latifundios, la eliminación de tributos y de cánones sobre las tierra. Estas promesas atraen a sus filas legiones de campesinos que le facilitan su gran victoria en Calatafimi y la continuación de la campaña hacia el Norte. En nombre de Garibaldi los campesinos invaden los feudos de los barones latifundistas y las tierras comunales; Mazzini, por su parte, propone una constituyente que institucionalice la propiedad de las tierras invadidas. Todas estas iniciativas quedan en el aire ante el temor de una expedición de Napoleón III y de una guerra campesina que hubiera podido entorpecer el desarrollo industrial del Norte.
En definitiva, Garibaldi se ve forzado a aceptar la monarquía de Vittorio Emanuel y las concesiones de Cavour por no dificultar la casi culminada unidad italiana, que quedará inconclusa hasta entrado el siglo XX en el llamado Irredentismo. Consciente de la frustración de sus proyectos republicanos, después de ser elegido diputado renuncia al Parlamento italiano en 1870, para retirarse a una suerte de exilio interno en la isla de Caprea hasta su fallecimiento en 1882.
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Los brillantes comandos militares y políticos de Bolívar y Garibaldi fueron tan decisivos para el triunfo de sus proyectos emancipadores como ineficaces para la culminación de sus planes unificadores y modernizantes. Para el segundo caso, Gramsci señala con nitidez cómo la ausencia o la morosidad de un programa de reivindicaciones políticas y sociales retrasó el proceso:
En el Risorgimento italiano puede observarse la desastrosa falta de dirección político-militar, especialmente en el partido d´Azione (por incapacidad congénita), pero también en el partido piamontés-moderado, igual antes que después de 1848, y no por incapacidad, ciertamente, sino por “maltusianismo económico-político”, o sea, porque no quería aludir siquiera a la posibilidad de una reforma agraria ni convocar una asamblea nacional constituyente, sino que tendía simplemente a conseguir que la monarquía piamontesa se extendiera por toda Italia sin condiciones ni limitaciones de origen popular, con la mera sanción de los plebiscitos regionales (Gramsci: Escritos políticos (1917-1933), Siglo XXI editores, México 1977, p.349).
Vale decir, no hay proceso emancipatorio de probeta, que no enarbole reivindicaciones económicas y sociales. Pero tras la gesta de Garibaldi, las fuerzas productivas y las relaciones de producción que mantenían la propiedad agraria feudal y el incipiente capitalismo italiano tampoco fueron casi alteradas. Religión, aparato educativo y medios de comunicación sufrieron pocas transformaciones. El compacto bloque hegemónico quedó libre de las diversas dominaciones extranjeras casi sin experimentar modificaciones, dejando pendientes agendas que darían lugar a exacerbadas pugnas políticas y sociales.
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Todos somos herederos de Bolívar, de Garibaldi y de Gramsci: tanto de sus esplendorosos triunfos militares e intelectuales como de sus agendas inconclusas. En algunos países desarrollados los movimientos revolucionarios se estancaron. En los dependientes, dinámicos procesos de emancipación política o de descolonización coinciden con tomas de control de fuerzas productivas, irresistibles movilizaciones sociales y reestructuraciones o realineaciones de la lealtad de los ejércitos. Así como un proceso de emancipación no marcha sin programa económico y social, el programa social y económico puede convertir la emancipación en revolución. Las espadas de Bolívar y de Garibaldi y la reflexión de Gramsci tienen todavía mucho que hacer en el mundo. Armas libertadoras y pensamiento esclarecido capaz de conquistar infraestructuras productivas y superestructuras ideológicas son nuestras primeras necesidades.
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