domingo, 12 de octubre de 2014

Irak y Ucrania revelan la erosión del orden

El Internacionalismo, Octubre 2014
Las dos crisis actuales, en Ucrania y en Irak y Siria, ponen a prueba el «retrenchment», la línea de repliegue estratégico hacia la cual se había orientado la Administración Obama, y muestran la erosión del orden internacional.
Abordando la intervención estadounidense en Irak contra los fundamentalistas sunitas de ISIS, The Economist sostiene que Barack Obama debe abandonar la idea de concentrarse en casa y debe mantenerse empeñado en el exterior. La misma orientación muestra Le Monde. En su posición de «espera», e incluso de «retirada estratégica», la presidencia estadounidense apostaba a que la limitada «pérdida de credibilidad» no habría mermado el estatus de potencia de los Estados Unidos, tenido en cuenta su «aplastante superioridad militar» y la mejora de la situación económica. Esta hipótesis estratégica podría ser ahora puesta de nuevo en tela de juicio por la «concatenación acelerada de las crisis». Josef Joffe, codirector de Die Zeit y exponente del atlantismo alemán, repite los argumentos del ala intervencionista de los demócratas estadounidenses; en su opinión es el «vacío» de potencia el que ha desencadenado las crisis en Ucrania y en Oriente Medio.
Todas estas tesis, constatamos, se centran en las elecciones de la Administración Obama; la cuestión es ásperamente debatida en los EE.UU. también en relación a la próxima convocatoria electoral, a las inminentes consultas del midterm y sobre cómo se posicionarán las candidaturas presidenciales. Sin embargo, se trata solo de la superficie del problema. Hay tendencias de fondo que van modificando las relaciones de potencia y que han acelerado la erosión del orden global. Las elecciones de las diferentes potencias pueden tratar de frenar, acelerar o acompañar dicho movimiento, y este es el terreno específico de acción de la política internacional, pero no pueden anular el motor objetivo del desigual desarrollo. Esto es válido también para las crisis que acompañan la mutación de las relaciones de fuerza; son en primer lugar la manifestación y no la causa de la erosión del orden, aunque influyen en la velocidad de mutación y sobre los  equilibrios temporales de la balanza.
La crisis en Ucrania parece que ha llegado a una estabilización, en la cual, al fin y al cabo, se ha visto prevalecer la línea alemana. La canciller Ángela Merkel y el ministro de Asuntos Exteriores Frank-Walter Steinmeier nunca han abandonado la línea de la negociación con Moscú, aunque se han servido de la retórica más asertiva asumida por la OTAN; Vladimir Putin consiguió que los separatistas del Donbás fueran reconocidos como interlocutores en la mesa de las negociaciones. Sergei Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores ruso, sostiene que una Ucrania «no alineada» es para Moscú «una cuestión de principio», y acusa a Washington de buscar deliberadamente que la crisis se agrave a fin de «excavar un surco profundo» entre Rusia y la Unión Europea. La no alineación de Ucrania, sugiere el exembajador Sergio Romano, puede ser el precio que Moscú paga por el acuerdo, porque junto a la no adhesión a la OTAN existe la implícita simetría de la no adhesión a la Unión eurasiática.
Son las hipótesis de una finlandización, que ya surgieron a lo largo de la crisis y también diferentemente formuladas, según el punto de vista ruso o el de Occidente. Siempre a través de fuentes en Moscú del ministerio de Asuntos Exteriores, se señala que el acuerdo de tregua surge de una «cumbre trilateral» entre la UE, Ucrania y Rusia, y que una solución estable sólo podrá llegar por la «fusión de los procesos de integración euroasiático y europeo».
Aquí la finlandización sería una etapa transitoria en la perspectiva de un espacio económico común entre la Unión Europea y Rusia, una fórmula que estaba en el centro de las líneas de la Comisión europea durante Romano Prodi, y que volvió varias veces en los supuestos de una «CECA de la energía». Un vestido institucional para la «Rapallo energética» que ya liga a la Unión Europea y Rusia.
Está claro que dicha solución chocaría con la oposición americana. Renaud Girard, cronista internacional en el Figaro, escribe que el último intento de ligar Rusia a Europa fue el de François Mitterrand en 1990, con la propuesta de una «Confederación europea» apoyada por Helmut Kohl. El plan fue saboteado por los EE.UU., «furiosos porque no habían sido asociados», y sustituido por una especie de «triángulo estratégico» dominado por los estadounidenses. La primera cumbre del triángulo fue la expansión del papel de la OSCE, la Organización para la seguridad y la cooperación en Europa, de la cual los Estados Unidos y Canadá son miembros fundadores. La segunda cumbre fue la revitalización del papel de la OTAN, a consecuencia del empuje de las guerras yugoslavas. La tercera, la «adhesión ultrarrápida a la UE y a la OTAN de todos los ex satélites europeos de Moscú».
Es necesario señalar que por el momento el compromiso que parece delinearse para Ucrania queda dentro de aquel «triángulo estratégico». En Washington parecen minoritarias las corrientes más intrusivas, partidarias del rearme de Kiev y de su inclusión bajo el paraguas de la OTAN. Detrás de la retórica atlantista, de hecho Obama ha delegado en Berlín la gestión de la crisis y Alemania se ha movido en su usual espera de la iniciativa ajena. Pero sigue sin cambiar la contrariedad americana a una relación exclusiva entre la UE y Rusia, así como queda pendiente la posibilidad futura de maniobras intrusivas y acciones de estorbo.
La línea fundamental en Berlín, se puede concluir, concibe por supuesto un interés vital hacia la relación con Moscú, pero a partir del espacio transatlántico y no sólo de la Unión Europea; en este contexto los Estados Unidos pueden creer que tienen suficientes garantías para dejar espacio de maniobra a los alemanes. Las negociaciones TTIP para un área transatlántica y la posibilidad de una asociación sucesiva del área rusa podrán poner a prueba esta correlación de fuerzas, que vería un área occidental ampliada al área rusa. Por el momento la línea de Putin parece moverse hacia otra dirección, con la adhesión a la iniciativa de los BRICS y el acto de balanza de los acuerdos con China. Pero en una perspectiva de medio y largo plazo, el declive económico y la desproporción de fuerzas con Pekín hacen improbable que Moscú abandone la unión europea y occidental.
Durante años hemos seguido con las fórmulas del «duopolio euroatlántico» y de la «transformación de las relaciones transatlánticas» las relaciones entre los Estados Unidos y la Unión Europea. Es indiscutible el reforzamiento relativo de la UE aunque eso no se ha traducido de modo significativo en el campo de la política exterior y la fuerza militar. Permanece abierta la cuestión de la aproximación a un «duopolio paritario» o a una «reciprocidad transatlántica», según la última formulación de Wolfgang Schäuble. Es todavía más complicada la ampliación de todo el proceso al área rusa. A este nivel, el resultado de la crisis ucraniana es dudoso, pero tienen importancia las dos señales políticas que subrayamos arriba. Aunque siempre siguiendo su juego, Berlín ha elevado el perfil de su política exterior; frente a la concatenación de las crisis, Washington ha dejado espacio a la iniciativa alemana. Como es inevitable que la erosión y la oscilación del viejo orden influyan también en las relaciones euro-americanas, las dos señales parecen indicar que un reequilibrio atlántico consensual estará entre las apuestas para la redefinición de las relaciones globales.
La crisis en Irak y en Siria ha alcanzado un punto de viraje con los bombardeos aéreos de los Estados Unidos y de Francia y con la coalición internacional contra el ISIS; es «una guerra que necesita que se llame con su nombre», ha titulado Le Monde. Aunque participan oficialmente en las operaciones fuerzas de Arabia Saudí, Bahrein, de Jordania, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar, la situación es confusa y muta con rapidez. Según The Economist, la coalición es «una improbable alianza»; la aventura del «califato islámico», según Al Arabiya, fuente de influencia saudí, es una resultante de las «guerras por poder» entre los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo. En una maraña inextricable que se combina con la división confesional entre chiítas y sunitas, además de Siria, Irak y los Estados del Golfo,  influyen en la crisis las demás potencias regionales medianas: Irán, Turquía y también Egipto e Israel. Las viejas fronteras trazadas en la época colonial están en tela de juicio, el papel de las minorías kurdas abre la cuestión de un Kurdistán independiente.
El Financial Times atribuye a Obama la intención de crear en la región una «balanza de potencia que se autorregule», favoreciendo la reinserción de Irán. Es difícil decir si el objetivo es proporcionado: en los Estados Unidos ya está difundido el juicio según el cual la retirada completa de las tropas empeñadas en Irak fue un error estratégico, que privó a Washington de una palanca político-militar sobre el terreno.
También en relación al papel de Teherán el hecho estratégico en potencia más significativo procede de las convulsiones del área. El Wall Street Journal informa sobre una misión americana en Pekín, donde Susan Rice, consejera para la seguridad de la presidencia, tanteó la disponibilidad de China a participar o a contribuir en la coalición contra el ISIS, encontrando el interés chino.
La misión en Irán de dos buques de la marina militar confirma el activismo chino; Teherán y Pekín realizarán ejercicios navales conjuntos. Con un acto significativo el periódico China Daily, fuente oficiosa de los dirigentes gubernamentales, publicó un debate a tres voces sobre la oportunidad de una intervención china en la crisis. Jin Baisong, experto en comercio internacional, es intervencionista. La crisis conlleva «una amenaza para los intereses económicos de la región», y China debe tomar «medidas preventivas» para protegerlos. Pekín debería tomar la iniciativa en la cumbre del G20 y hacer aprobar una ley que «garantice al gobierno los poderes para defender los intereses del país en el extranjero». Han Dongping, docente en los EE.UU. y en la Universidad de Hebei, es contrario. Por principio, China «nunca debería unirse con los EE.UU.» o con cualquier otra potencia a la hora de interferir en otros países; la cuestión del ISIS debe ser afrontada por los Estados de la región.
Li Shaoxian del CICIR –China Institute of Contemporary International Relations– expresa la posición menos rígida y más política, tal vez la más cercana a las orientaciones gubernamentales. China está amenazada por el terrorismo, depende del petróleo del Golfo, necesita de Oriente Medio para ambas  «rutas de la seda», las directrices terrestre y marítima de su «gran estrategia». Pero una participación en la coalición dirigida por los EE.UU. no está exenta de contradicciones; Washington tiene un «doble estándar» a la hora de tratar el terrorismo y tiende a intervenir violando la «soberanía» de los Estados. China debe ser cautelosa, son necesarias «negociaciones esmeradas» antes de que pueda unirse a una alianza. Es preferible una coalición dirigida por la ONU, «más neutral», que permitiría a Pekín no sacrificar sus principios políticos.
Un papel directo de China en una coalición armada en Oriente Medio sería un hecho estratégico de gran importancia; es incluso significativo que se debata sobre eso y es revelador que son los Estados Unidos los que lo alientan. Si la crisis en Ucrania muestra una especie de delegación condicionada a Alemania y a Europa, la crisis en el Golfo permite vislumbrar un Washington que busca apoyo en Pekín, y eso puede incluir las relaciones entre China e Irán.
En las intenciones, se intuye un intento de los EE.UU. de adaptarse a la mutación de las relaciones de fuerza, acompañando una redefinición del orden. Se verá. El hecho es que queda abierta la cuestión de fondo: la tendencia del desigual desarrollo desfavorece a los EE.UU. y a Europa en declive respecto a un Asia en ascenso. Existe una contradicción intrínseca en el hecho de que ese desplazamiento de la potencia deba ser acompañado por quien declina como un proceso benigno, garantizando su cuadro internacional.
En el Financial Times, Philip Stephens acuña una síntesis muy eficaz: «Los Estados Unidos no ven un interés vital en sostener un orden que redistribuye potencia a sus rivales». El desigual desarrollo imposibilita al imperialismo la garantía del orden internacional, diría Lenin.
Lotta comunista, septiembre de 2014
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