Toby Valderrama y Antonio Aponte, El arado y el mar, 05/02/2015
Las descomunales colas que azotan la economía venezolana son un fenómeno socio-político que llama la atención internacional.
Lamentablemente, aquí entre nosotros, no se ha estudiado detenidamente. Al contrario, el tema se ha despachado de manera superficial.
La oposición espera, el gobierno apela a cualquier explicación atropellada y toma medidas inocuas. Alguno dice que las colas son por los extranjeros, y salen como locos a pedir cédulas; otros ponen la fe en máquinas captahuellas; aquellos, metidos a economistas, deducen que el problema son las cajeras; a los más avispados no se les ocurre otra cosa que poner presos a los dueños de las empresas, algo así como el alemán aquel que frente a los cachos vendió el sofá gozoso.
Las colas son el fenómeno social más importante, quizá, desde el "caracazo". Intentemos algunas reflexiones, sólo con la finalidad de abrir una inquietud, una discusión, sin pretender agotar el tema.
Las colas son la expresión de una nueva manera de repartir la renta, algo así como una “Misión expedita”, directo, sin la malquistada burocracia. Las colas son de los humildes, el barrio bajó a la ciudad a demostrarle a la socialdemocracia que Revolución a medias no funciona.
En las colas se expresan dos elementos principales. Uno, la conciencia egoísta, es aquella lógica del capital que el Comandante ordenaba superar en el Plan de la Patria (el falsificado); allí se expresa el egoísmo, los desposeídos salen a la calle a buscar un chance, una presa, salen de cacería, la mercancía subsidiada está alcance de la mano y se produce una especie de "saqueo legal": compro regalado y vendo caro. Y el segundo elemento, la economía clientelar propia de la Socialdemocracia.
Estos elementos se manifestaron con claridad en el "dakazo", allí a la socialdemocracia le funcionó el saqueo controlado, subió transitoriamente las encuestas y ese éxito instauró definitivamente la idea clientelar: si reparto, la masa me apoya. La conciencia del deber social se abandonó, funcionó la embriaguez del petróleo alto.
La repartición socialdemócrata, que alcanzó niveles inéditos, produjo su propia dinámica, adquirió vida propia en las colas, algún día serán estudiadas en las escuelas de economía más serias del mundo.
La distribución de la renta como filantropía, el reparto subsidiado sin su correspondiente formación de conciencia del deber social, una economía de propiedad social generadora de esa conciencia y una organización política y social de la masa, no funcionó; al contrario, creó una economía de las colas.
En las colas el tiempo de "trabajo" da más beneficio al "obrero" que el trabajo en una empresa. El "obrero" en la cola "trabaja" sin la obligación de un horario, no hay patrón, esta forma de "trabajo" se adapta a su cultura. La cola da extraordinarios beneficios económicos, unos pocos días de cola pueden significar un mes de trabajo en una empresa.
Desde el punto de vista político, la cola, aunque parezca paradójico, beneficia al gobierno: es una especie de estallido social controlado. Podemos arriesgarnos y concluir que mientras haya cola no habrá estallido social verdadero. Claro, esto sólo funcionara por un tiempo, no hay economía que soporte tal deformación. Faltaría estudiar cuál sería la evolución de la Rebelión de las Colas. Necesariamente, allí florecerán los pranes, se formarán mafias que controlarán esa forma de empleo, surgirá un "orden", una lógica propia de esa economía.
Las colas son muestra de la despolitización de la masa, y también de la falta de organización social. Son, además, muestra militante de la conciencia egoísta. Con estos ingredientes, podemos concluir que se podrá resolver el problema de las colas de manera superficial, poniendo más cajeras, repartiendo números, poniendo preso a alguien, pero mientras permanezcan las condiciones que le dan origen, el peligro sigue latente: lo que hoy se expresa en las colas, mañana se manifestará en un estallido de verdad, o en las elecciones, o en el apoyo tácito a un golpe.
El gobierno, el Partido, deberían dejar la soberbia, formar equipos de estudio del fenómeno de las colas. Manden gente a las colas a recoger datos, a oír, y luego piensen, más allá de las apariencias, cómo resolver.
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