sábado, 14 de febrero de 2015

Rápido ascenso chino en la doctrina Xi



El Financial Times siempre ha sido una central para las líneas y las teorías del denominado Washington Consensus, al igual que para nuestro análisis marxista es el ciclo del liberalismo imperialista expresado por las potencias consolidadas y representado en sus equilibrios en las instituciones del Fondo Monetario, de la OMC, del Banco Mundial, del BRI o el G7. Hoy que aquel orden global está sacudido por los efectos de la crisis de 2008 y por la rápida emersión en potencia de China, no sorprende encontrar precisamente en el periódico de la City las reflexiones más preocupadas pero también más sutilmente manipuladoras.

Philip Stephens, responsable de las página de comentarios políticos, ve a Xi Jinping, a Vladimir Putin, al presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi, al turco Recep Erdogan, e incluso al indio Narendra Modi y al japonés Shinzo Abe, como figuras de hombres fuertes, aunados por la orientación hacia las relaciones internacionales y la soberanía «más enraizada en el siglo XIX que en la segunda mitad del XX». Desde aquí la tesis central: «Lo que estos líderes revelan es que el modelo multilateralista de la segunda mitad del siglo XX es más probable que represente un paréntesis histórico, más que una mutación permanente en la naturaleza de las relaciones entre los Estados. La globalización ya está en retirada. Con los hombres fuertes que avanzan en el escenario, Kant deja el paso a Hobbes y el multilateralismo a la política de las grandes potencias. Occidente volverá a aprender lo que significa vivir en un mundo más rudo».

Según Stephens no es por casualidad que en Pekín hay quien cita «la Doctrina Monroe de 1823 y la construcción de la potencia naval estadounidense en los primeros años del siglo XX» como antecedentes para China en la carrera por la soberanía en el Pacífico occidental; las pretensiones de Rusia sobre el «vecino exterior» se reflejan en el actitud asertiva de China en el Mar Chino Oriental y Meridional. La pacificación entre los Estados Unidos y Cuba, añadimos, bajo el eslogan del «todos somos americanos» del presidente Barack Obama, señala que también Washington consolida las relaciones en su jardín de casa, precisamente en las huellas trazadas hace dos siglos por la Doctrina Monroe.

Según Stephens la Europa «postmodernista» tendrá más dificultad para adaptarse, una afirmación que evoca las tesis de Henry Kissinger. Para los EE.UU. adecuarse sería más fácil, «el empeño estadounidense para el orden liberal siempre ha sido consciente de sí mismo y calculador, y Washington ha sido durante mucho tiempo ambivalente en la definición de las reglas internacionales»: el objetivo de los acuerdos posteriores la Segunda guerra mundial fue «garantizar la hegemonía estadounidense» más que garantizar «paz y prosperidad» a los aliados. La tradición estadounidense del «excepcionalismo», interpretamos y añadimos, no sería para el Financial Times un verdadero obstáculo para concebir las relaciones internacionales como relaciones de fuerza, y el «internacionalismo liberal» posbélico fue más bien el disfraz ideológico, y la falsa conciencia, de la etapa de predominio estadounidense y occidental. Eso no elimina el hecho de reaccionar al declive relativo en la rápida mutación de las relaciones de fuerza, y plantea la cuestión para las viejas potencias de aplicar estrategias, herramientas políticas e incluso ideológicas a la nueva fase estratégica.

Gideon Rachman en el Financial Times es el responsable de los análisis de política exterior. Tiene una marca análoga a las tesis de Stephens el comentario al anuncio de que Rusia y China en la próxima primavera realizarán ejercicios navales conjuntos en el Mediterráneo. China es ciertamente consciente del significado simbólico de mover sus barcos «en el corazón tradicional de la civilización europea», pero Moscú y Pekín quieren enviar una señal política. Ambas protestan por las operaciones militares cerca de sus fronteras, Pekín contra las patrullas navales estadounidenses a lo largo de sus costas, Moscú contra la extensión de la OTAN a las fronteras de Europa del Este. Los ejercicios navales conjuntos son un mensaje deliberado: «si la OTAN puede patrullar cerca de sus fronteras, también ellos pueden hacerlo en el corazón de la OTAN». El objetivo más amplio para Rachman es una revisión de las relaciones globales según la definición de «esferas de influencia»; Moscú y Pekín creen que tienen un derecho de veto sobre su «vecindario inmediato».

Sin embargo, Washington rechaza la propia noción de «esferas de influencia»; el subdirector del NSC, el Consejo de seguridad de la Casa Blanca, reafirma «el derecho de las democracias soberanas para elegir sus propias alianzas». Por otra parte, para China y Rusia la insistencia estadounidense sobre los «principios» es una hipocresía, como muestran la «Doctrina Monroe» o las recientes intervenciones militares en Irak, Afganistán y Siria. Para Moscú, la presencia militar global de los EE.UU. es tan persuasiva que muestra que Washington «ha iniciado a ver el mundo entero como su propia esfera de influencia». La conclusión de Rachman adapta a las nuevas circunstancias la ideología liberal: existe gran diferencia «entre una esfera de influencia basada en el consenso voluntario y una construida en la intimidación y la fuerza». Es casi una regla que un país, cuanto más cerca está de la esfera de influencia de Rusia y China, más propenso es a «cimentar una alianza con los Estados Unidos», se trate de Polonia o de Japón. La llegada de la marina china en el Mediterráneo sólo podrá aumentar la «fuerza persuasiva de la OTAN».

Detengámonos en las tesis del Financial Times porque pueden ser reveladoras de las transformaciones del denominado «internacionalismo liberal» en la nueva fase estratégica, frente al inédito despliegue de la iniciativa china. Hagamos tres anotaciones. La primera es que el punto de vista “globalista” de la plaza financiera de Londres tiende a ver como una contradicción las manifestaciones del poder de los Estados, un estorbo y un límite potencial a la plena libertad de circulación de mercancías y capitales en el mercado mundial, pero eso es un reflejo de las décadas en las que el área atlántica fue dominante. Hoy que China amenaza aquel orden, eso induce a representar la globalización «en retirada» frente a la reafirmación de las «soberanías» y de las «esferas de influencia». Por eso el Financial Times sobrevalora más allá de cualquier dato factual la convergencia estratégica entre Moscú y Pekín, además con una clara desproporción en la representación de la amenaza potencial rusa y de la china. Es verdad que el propio Stephens escribe que para los Estados Unidos Rusia sólo es un «molestia», mientras «China es el verdadero competidor estratégico». Pero aunar a Rusia y a China bajo la misma luz del soberanismo, del estatalismo y de la imposición forzada de la influencia permite leer la política china con el prisma de la crisis en Ucrania: así como el Oso ruso da su zarpazo en Crimea también el Dragón chino con sus garras quiere transformar en tributarios a sus vecinos. El forzamiento es funcional a una lectura unilateral de las posiciones chinas, que justifique el abandono en Occidente del galanteo multilateral.

La segunda observación se refiere precisamente al debate estratégico en China, que está concentrado en la doble «ruta de la seda» - marítima hacia el Océano Índico y Oriente  Medio y terrestre hacia Asia central – pero que hasta la fecha ve prevalecer a quien excluye de irrigar aquellas directrices de influencia en un sistema de alianzas político-militares. El South China Morning Post, periódico de Hong Kong, señala que en la Conferencia Central sobre la política exterior el presidente Xi Jinping sostuvo la necesidad para China de una «red global de partnership», sin que eso signifique el abandono de la política de «no alineación». Jin Canrong, de la Universidad Renmin de Pekín, sostiene que Washington tiene un sistema propio de uniones estratégicas a escala mundial, pero si Pekín contrapusiese sus propias alianzas eso golpearía a la relación sino-americana y dañaría la elección estratégica para un «nuevo modelo de relaciones entre grandes potencias». El sentido es que Pekín por el momento elige abstenerse de alianzas que acelerarían la confrontación con el viejo orden sobre el terreno político-militar. Desde Londres, en el periódico de la City, se sostiene en cambio la necesidad de reforzar la alianza euro-atlántica. Acentuar el matiz de la «intimidación» y de la «fuerza» en la estrategia china sirve para argumentar la reacción occidental al declive, y para justificar el potencial cambio de paso del globalismo multilateral a la defensa del espacio estratégico euro-atlántico. Son las negociaciones TTIP, el área transatlántica con la cual hacer frente a Pekín, situadas en el marco de la confrontación de alianzas y esferas de influencia.

La tercera consideración procede de la situación actual en el escenario de Oriente Medio y en el Golfo Pérsico, tal vez la mayor apuesta de la proyección china simbolizada por la «ruta de la seda» marítima. Aquí se ve que las tesis del Financial Times no son un mero ejercicio periodístico. Después de cuarenta años desde la retirada británica de las posiciones militares al Este de Suez, Londres ha vuelto a establecer una base permanente para la Royal Navy en Bahrein, en el Golfo Pérsico, al lado de las estructuras que acogen la V flota estadounidense. Según el ministro de la Defensa Philip Hammond, relata el The Economist, mientras los Estados Unidos «concentran más sus esfuerzos en la región de Asia-Pacífico», se espera que Gran Bretaña y los demás socios europeos «asuman una parte mayor del fardo en el Golfo, en Oriente Próximo y en África del Norte».

Escribe en Asia Times el exembajador indio M.K. Bhadrakumar que el movimiento británico es un «evento histórico» en la política regional, y muestra la convergencia entre Washington y Londres en la garantía de seguridad del Golfo. Sin embargo, desde el punto de vista de Nueva Delhi se trata de la señal perturbadora de un Océano Índico que «se está llenando con rapidez». Irán podría estudiar el contragolpe y manifestarse disponible a las marinas de Rusia y China; el Océano Índico muestra «un nuevo nivel de volatilidad política» a medida que la rivalidad entre las grandes potencias adquiere empuje.

Pekín sostiene que la doble «ruta de la seda» sólo tiene contenido económico, y ofrece la doctrina Xi sobre el «nuevo modelo de relaciones entre grandes potencias» como garantía. También la proyección imperialista china se disfraza como benigna, y quiere ser complementaria al viejo orden. Pero no existen antecedentes a un plan de expansión tan explícito en sus directrices, sostenido por fondos y estructuras dedicadas, con el apoyo del tamaño chino, y con una tan rápida traducción a nivel político. Para el ministro de Asuntos Exteriores Wang Yi, 2014 fue un año de «cosecha excepcional» para la diplomacia china. En comparación con el «lento ascenso» nipón de los años Ochenta, Pekín corre. Sólo puede alimentar reacciones contrarias. Precisamente el viejo orden vacila.

Lotta comunista, diciembre de 2014

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