viernes, 17 de julio de 2015

Colusiones nucleares en el Gran Oriente Medio

Círculos Internacionalistas de Zaragoza/Lotta Comunista, Mayo 2015


Prólogo al artículo “Colusiones nucleares en el Gran Oriente Medio”

El orden mundial está francamente enrevesado y alterado: si la mirada la fijamos en Oriente Medio se observa un polvorín a punto de estallar, un enfrentamiento confesional entre sunitas y chiitas que, a su vez, genera confrontaciones de cierto calibre entre Estados y para guinda, un terrorismo reaccionario practicado por las sucursales del Al Qaeda. Los recursos energéticos han hecho de Oriente Medio el teatro de operaciones y confrontaciones entre EE.UU, Rusia, Europa y, ahora, las grandes potencias asiáticas; un continuo tira y afloja para evitar una potencia hegemónica en la zona, dominando así el abastecimiento energético.

Además de lo anterior, deberemos observar los movimientos geoestratégicos y políticos que se están produciendo en la zona por el ascenso de Irán al club nuclear. Este ascenso produce desequilibrios en la balanza de la zona, (véanse Israel y las petromonarquías; sobre todo, Riad). Todos ellos inquietos por el aval ofrecido por las viejas potencias a Teherán. En esta situación, Riad intentará por todos los medios de reforzarse, tratando así de buscar un nuevo equilibrio en la zona. Dentro de ese equilibrio puede existir la idea de un recorrido autónomo hacia la disuasión atómica. Esta idea se antoja algo lejana y pudieran surgir otras más cercanas en el tiempo.

En este sentido, el artículo desgranado por Lotta Comunista coloca la situación centrada en cuanto al reparto de nuevas aéreas de influencia por parte de las potencias de la zona y de sus correspondientes aliados.

Un artículo, éste, que os invitamos a leer para posteriormente analizar.


Colusiones nucleares en el Gran Oriente Medio

En “World Order” Henry Kissinger explica la estrategia saudí: perseguir “una ambigüedad de principio”, practicando una alineación con los EE.UU., y operar como “medida defensiva” la manipulación del Islam radical y la “propaganda espiritual” del wahabismo.  Esta estrategia ha funcionado hasta el momento en que los Estados sunitas de su vecindario estaban gobernados por regímenes militares.

La aparición de Al Qaeda y de sus filiales, comenzando por ISIS, la afirmación de un papel de liderazgo iraní y una Alianza Musulmana que amenazaba con tomar el poder en Egipto y en otros lugares ha puesto a la monarquía en la condición de deber afrontar dos formas de guerra civil en Oriente Medio: aquella entre los “regímenes islámicos que eran miembros del sistema westfaliano de Estados” y los Estados que lo consideran ilegítimo; y la interconfesional entre chiitas y sunitas, con Teherán y Riad como líderes de las dos partes.

La monarquía saudí percibe el conflicto con Irán como “existencial”: ve implicada su propia supervivencia, la legitimidad y el futuro del Islam.  En la medida en la cual Irán continúe emergiendo como “potencia eventualmente dominante”, la necesidad mínima de Riad será la de “reforzar su posición para conservar el equilibrio”.  No podrá limitarse a obtener “garantías verbales de seguridad” por parte de Washington.  Por lo tanto, es posible que la monarquía “busque el acceso a su propia capacidad nuclear de alguna manera […] adquiriendo cabezas de una potencia nuclear,  preferiblemente islámica, como Paquistán; o quizás “financiando el desarrollo en otro país como póliza de aseguración”.

La percepción de una retirada estadounidense de la región, prosigue el ex-secretario de Estado, podría inducir a la monarquía saudí a “buscar un orden regional que involucre a otras potencias exteriores”, como China, la India y Rusia.  Desde hace más de un milenio el subcontinente indio se ha “inserido en el Gran Oriente Medio”, con una serie de lazos religiosos, étnicos, económicos y “sensibilidades estratégicas”.  Paquistán, con 185 millones de habitantes, el segundo país musulmán después de Indonesia, ha indicado en diferentes ocasiones un papel propio de “protector o armero nuclear” para la región de Oriente Medio.

Reluctancias paquistaníes.

De hecho, ese papel ha sido solicitado por Riad en su campaña yemení, con la petición de una participación militar efectiva por parte de Islamabad.  En el decenio 1979-89 Paquistán ha enviado 40.000 soldados en Arabia Saudí como protección de la monarquía y de los yacimientos petrolíferos, y en 2001 contingentes de Islamabad han participado en la intervención militar de GCC, el Consejo de Cooperación del Golfo, para la represión de la insurrección chiita en Bahréin.  Varios centenares de consejeros militares paquistaníes están todavía presentes en Arabia.

Nawaz Sharif, actual primer ministro paquistaní, tiene relaciones muy estrechas con los saudíes: entre 1999 y 2007, después de su salida del poder por parte del general Pervez Musharraf, ha gozado de la protección de la monarquía, que ha intercedido para su vuelta en Pakistán en 2009.  Para Christophe Jaffrelot, especialista del CNRS, las autoridades de Riad no se consideran meros espectadores sino “participantes de pleno derecho” en las cuestiones paquistaníes.  La decisión del parlamento de Islamabad, con unanimidad, de mantener la neutralidad en el conflicto yemení ha sido acogida como “un verdadero shock”, tanto por la monarquía saudí como por los diversos países del GCC.

Según la opinión de Jaffrelot, la resolución, que evidentemente ha tenido el aval de los dirigentes militares, no ha sido simple para Pakistán, financieramente dependiente de sus “benefactores” del Golfo, ha estado motivada por una serie de circunstancias.  El Ejército, empeñado en campañas contra los talibanes paquistaníes en las áreas tribales, juzga peligrosa la apertura de un segundo frente en Yemen, porque tendría recaídas confesionales: el 20% de la población paquistaní es de confesión chií; desde los años Noventa el enfrentamiento entre chiitas y sunitas ha causado más de 5.000 víctimas en el país.  Una alineación abierta con Riad habría significado “enemistarse con Teherán”, con la cual Islamabad quiere negociar tanto los equilibrios afganos como importantes acuerdos económicos, como el gasoducto Irán-Pakistán, una necesidad vital para sus necesidades energéticas e industriales. Para Jaffrelot, Islamabad podría atenuar la irritación saudí ofreciéndose a enviar, como en 2011, personal militar que no está en servicio activo.  En la práctica, contractors ligados a las fuerzas armadas.

Apoyos chinos.

Bruce Riedel, analista de Brookings con treinta años de experiencia en la CIA en el staff para Oriente Medio y Asia Meridional en el NSC, destaca que sobre las decisiones de Islamabad ha pesado la actitud china.  La visita de Estado de Xi Jinping en Pakistán se ha producido sólo una semana después del no a Riad.  La oferta de 46 mil millones de dólares para financiar el corredor económico chino-paquistaní y el desarrollo del puerto de Gwadar, en Beluchistán, cerca de la frontera iraní, es considerada estratégica por parte de Pakistán.  China habría avalado la posición neutral de Islamabad “hacia la guerra regional por procuración saudí-iraní” y garantizado un apoyo chino en el caso de una crisis en las relaciones con los saudíes y los países del Golfo.

La prensa de Pekín ha hecho circular juicios suaves aunque críticos sobre la actuación saudí en Yemen, hablando de “decisiones impulsivas” de los dirigentes de Riad.  Para Riedel el apoyo indirecto de Pekín ofrece el modo a Sharif de operar un “pívot paquistaní” en dirección del Dragón, sustrayéndose a un abrazo demasiado sofocante y arrogante por parte de las petromonarquías.  Riedel cita un editorial del autorizado periódico de Islamabad Daw, que ha aplaudido la decisión del gobierno de “rechazar el diktat del GCC” y el “no a un monarca septuagenario y a sus rabiosos principitos”.  También ha evocado la colusión nuclear saudí-paquistaní en términos asertivos: “No hay otros revendedores nucleares en la ciudad […] Pakistán es el único país que, con un breve preaviso, está en condiciones de proporcionar a la monarquía las armas o un paraguas nuclear contra Irán.  Pero Islamabad nunca debería dar la bomba a los saudíes”.

Estrategia en tres directrices.

Para el Wall Street Journal la decisión paquistaní ha alarmado a Riad en relación al “semblante de paraguas nuclear” que ha “contribuido generosamente a financiar”, relanzando las hipótesis de un recorrido autónomo hacia la disuasión, cuya conclusión completa requeriría casi una década.

Feroz Hassan Khan, general de las fuerzas paquistaníes y ex-director de la división de planificación estratégica, en el texto Eating grass: the making of the pakistaní bomb (Stanford, 2012) reconstruye el desarrollo del arma nuclear paquistaní, subrayando la naturaleza de “garante de la supervivencia nacional”, en particular después de 1971, con la derrota sufrida por parte de la India y la secesión del actual Bangladesh.  Dicho desarrollo se ha incardinado estrechamente con una “estrategia de política exterior de la triple directriz” preparada en 1965 y, por lo tanto, bajo la égida militar.

Aquella estrategia intentaba “mantener una relación amigable” con los EE.UU. y las potencias occidentales, “movilizar el apoyo de los petrodólares islámicos” y “buscar sustitutos estratégicos en aliados seguros”, cuando “la tecnología occidental no estuviese disponible”: China y posteriormente Corea del Norte.

Zulfiqar Alí Bhutto (1928-1979), ministro de Exteriores entre 1963 y 1966, presidente y primer ministro entre 1971 y 1977, fue dirigente tanto del “partido nuclear” como del “partido chino” en Islamabad y el artífice del acuerdo de cooperación nuclear, civil y militar con Pekín, firmado en 1976.  Fue también representante del arma paquistaní como “bomba islámica”, que le valió el apoyo financiero de países como Libia y Arabia Saudí y del Irán del Sha.

Triángulo chino-paquistaní-saudí.

Para Andrew Small, investigador del German Marshall Fund (The China-Pakistan axis. Hurst, 2015), la asistencia china se obligó a proporcionar en 1982 a Islamabad 50 kilos de uranio altamente enriquecido, suficiente para producir dos cabezas nucleares, más allá del modelo de una cabeza de plutonio propia, la CHIC 4, con una potencia de 10-20 kilotones, usada para un test propio en 1966.

Según Khan dicha transferencia se unía a una petición del general Zia ul-Haq, que había derribado a Bhutto en 1977 y avalado su ejecución en 1979, preocupado por la vulnerabilidad de las infraestructuras de producción nuclear paquistaníes a un posible “ataque preventivo” conducido conjuntamente por Israel y la India.  En junio de 1981 la aviación de Tel Aviv destruyó la central iraquí de Osirak.  La “donación china” representaba una “póliza de seguros” de Pekín a Islamabad.

Tanto para Khan como para Small la guerra en Afganistán de 1979-88 representó una “ventana de unas oportunidades preciosas” para Pakistán.  Pudo restablecer un “tácito asenso” norteamericano a su cooperación nuclear con Pekín, que se remontaba a la Administración Nixon, vista en clave anti-URSS y anti-India.

En 1983, sostiene Khan, Pakistán ya había superado el umbral nuclear pero el gobierno Zia y posteriormente el de Benazir Bhutto en 1990, aceptaron una petición de “moderación estratégica” por parte americana (y probablemente también china), absteniéndose de efectuar “test calientes” (es decir, con detonaciones nucleares superiores a un kilotón), realizados sólo en 1998.

La bifurcación afgana permitió consolidar la relación con Riad y reciclar parte del financiamiento para la guerrilla anti-rusa sobre la disuasión paquistaní.  Small evidencia que las relaciones chino-saudíes han conocido, a través del nexo paquistaní, un “momento kissingeriano”: al igual que hizo de trámite para la apertura a China en 1969-71, también Islamabad a mediados de los años Ochenta fue el intermediario para el abastecimiento a Riad de los misiles de medio alcance CSS-2, “muy imprecisos” pero proyectados para transportar cabezas nucleares del tipo proporcionado por los chinos a los paquistaníes en 1982.  Esto avaló la “sospecha de que con la asistencia china a Pakistán se había convertido en el protector nuclear” de la monarquía saudí.

En la óptica china la disuasión paquistaní tiene principalmente la función de contrabalancear a Nueva Delhi y confinarla dentro del espacio subcontinental.

Analistas chinos, citados por Small, afirman que Pekín legitima el arsenal paquistaní como expresión y garantía de la soberanía de Islamabad, y no de la acepción de “bomba islámica”.  Dicha concepción podría extenderse también a una eventual disuasión iraní.

En cualquier caso la inserción en los cálculos de balanza del Golfo, comprendidos los nucleares, representa para el Dragón un modo para ejercer su peso en la región.  Por lo demás, el desarrollo del puerto de Gwadar ya no es presentado por Pekín sólo en el sentido de una infraestructura comercial sino también como una base naval conjunta con Islamabad.  A la cual, además de centrales eléctricas y presas, ofrece lotes de submarinos convencionales; al mismo tiempo sus submarinos de propulsión nuclear comienzan a alcanzar el Océano Índico.

Lotta  Comunista, mayo 2015
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