Fuente: Círculos Internacionalistas de Zaragoza, 18/07/2017
«Los tiempos en los que podíamos depender completamente de otros, hasta cierto punto han terminado. Es mi experiencia de estos últimos días. Nosotros, los europeos, debemos tomar el destino en nuestras manos».
Hay frases destinadas a resumir el signo de un período, y tal vez será así para el discurso de Angela Merkel en Múnich el 28 de mayo, en la «carpa de la cerveza» de una iniciativa electoral de la CSU. Otras palabras han precisado su significado: esto debería ocurrir «en amistad» con los Estados Unidos y Gran Bretaña, y «como buenos vecinos» con los demás, incluida Rusia; la relación atlántica continúa siendo crucial. Pero aquel que se ponga «anteojeras nacionales», y no espere al mundo, está condenado a quedarse «al margen».
Es la línea de la «reciprocidad transatlántica», en el pasado enunciada por Wolfgang Schauble, y es la prospectiva que ya hace veinte años veíamos como «transformación de las relaciones atlánticas». No una ruptura entre Europa y América sino una relación redefinida sobre bases paritarias, donde la UE vería tutelada desde la autonomía estratégica sus intereses específicos de potencia.
Por una frase pronunciada por Angela Merkel, señalando la nueva estación para la política exterior y de defensa europea, hay otra que no ha sido dicha, omitida por Donald Trump el 25 de mayo en Bruselas en la cumbre de la OTAN. La revista Político señala que el discurso preparado por el presidente americano incluía una llamada al artículo 5 del tratado de la Alianza Atlántica, el que vincula a la defensa mutua: un compromiso «inquebrantable». Por sorpresa, Trump ha cancelado por iniciativa propia aquel pasaje, cogiendo de imprevisto a los funcionarios del NSC, el Consejo de Seguridad Nacional, y a los propios Herbert McMaster, James Mattis y Rex Tillerson, los hombres clave de la política exterior americana. Según Político, es la confirmación de que los movimientos instintivos de Trump no pueden ser controlados por la red de funcionarios del establishment, pero también puede hacer pensar que el presidente habría sobreactuado con una presión táctica de negociación, como en sus propios tratos de hombre de negocios inmobiliarios.
Una intervención de Peter Altmaier, jefe de la secretaría de la Cancillería, aclara el campo de interpretaciones demasiado contingentes o subjetivas, pasando por encima de la personalidad y el atormentado aprendizaje de Trump. Altmaier sostiene que las declaraciones de Angela Merkel sobre la necesidad de que Europa asuma la responsabilidad de su propia seguridad es la «consecuencia lógica» de años de política exterior americana. Europa y los Estados Unidos «han sido aliados muy estrechos durante muchos años», pero en Washington «desde hace más de veinte años» hay un debate sobre la cuestión de «si EE.UU. debe dirigirse más hacia Asia o hacia Europa».
El conflicto de Ucrania ya es un ejemplo de una crisis internacional mayor «que no ha sido resuelta con una interferencia de los Estados Unidos, sino contenida por una acción europea, a través un una estrecha colaboración entre Francia y Alemania». Esto da a entender entre líneas, señalamos, que fue la propia presidencia de Barack Obama, con su «liderazgo desde atrás», la que permitió aquel papel europeo. Es lo que habíamos siempre pensado de los acontecimientos ucranianos y de los acuerdos de Minsk, que precisamente definieron el cuadro provisional de la contención de la crisis. La línea de Trump sigue siendo poco descifrable, pero parece plausible que intente revocar aquella especie de delegación concedida por Obama al aliado europeo.
En el debate alemán la atención está en no poner en un compromiso los yínculos con los EE.UU., pero se subraya de forma destacada el empuje hacia la autonomía europea también en un periódico como Franlifurter Al/gemeine Zeitung, de tradición atlantista. Según KlausDieter Frankenberger, la frase de Merkel suena «como una especie de declaración de independencia», pero entonces la cooperación europea en materia de política exterior y de seguridad deberá ser reforzada «realmente».
El plan de la Comisión de la UE sobre la defensa europea, titula la FAZ en primera página, afinna que Europa puede convertirse en «potencia militar». Según le Monde, «nunca en la historia de la construcción europea habían estado los planetas mejor alineados para la aparición de una verdadera defensa europea». Según Manfred Weber, representante de la CSU y jefe de grupo del Partido Popular Europeo en Estrasburgo, el modelo alemán de «ejército parlamentario» habría encontrado un nuevo equilibrio, la infraestructura militar europea debería ser «legitimada y controlada democráticamente por el Parlamento Europeo». En África y en el Mediterráneo deberán darse más decisiones europeas, y también, «más rápido de lo que muchos piensan», «soldados europeos serán enviados a misiones del Parlamento Europeo».
Se verá: va madurando una tendencia profunda que habíamos analizado a lo largo de decenios, pero precisamente por esto sabemos que la realidad es un proceso dialéctico, donde a todas las tendencias les corresponden intrínsecamente una contratendencia. Todas las coyunturas que a lo largo de la historia han señalado el reforzamiento europeo y franco-alemán han visto regularmente, década por década, una reacción americana. Es lo que pasó en el «año de los atlánticos» con el cual Washington en 1963 respondió al Tratado del Elíseo entre Francia y Alemania, movilizando al partido americano en Bonn para aislar a Konrad Adenauer. Fue así en 1973, cuando Henry Kissinger y Richard Nixon, «promoviendo el año de Europa», trataron de replicar la adhesión de Gran Bretaña a la CEE. También el caso de la guerra de 1991 en Irak, con la cual los EE.UU de George Bush padre buscaban reafirmar a América en «el centro de toda balanza», después de que el colapso de la URSS y la reunificación alemana hubiesen puesto fin al reparto de Yalta. Fue así de nuevo en el 2003, cuando la segunda guerra del Golfo, la «guerra por elección» de George W. Bush, dividió a la UE y congelo el proyecto de defensa europea que la Convención constitucional había empezado a discutir.
El hecho es que desde entonces el desarrollo desigual ha acelerado la «difusión de la potencia», es decir, la dinámica multipolar entre nuevos actores globales: los veinte años a los cuales se refiere Al·tmaier son los de la nueva fase estratégica que va disgregando el viejo orden. La coincidencia con la visita a Alemania del primer ministro indio Narendra Modi y del primer ministro chino Li Keqiang, en preparación del G20, ha obligado a escribir sobre un «pivot hacia Asia» de Alemania y de la Unión Europea. En el FAZ el analista Majid Sattar lo rechaza: Merkel continúa siendo «profundamente transatlántica», su línea no es un abandono de América sino más bien «una emancipación de Europa». Una alusión polémica de Altmaier al pivot americano -«nosotros no estamos enseñando a los Estados Unidos lo que tienen que hacer»- en realidad da a entender la contra amenaza de un pivot europeo.
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