Sergio Rodríguez Gelfenstein, 15/10/2016
El movimiento de emancipación independentista en Haití se inició en 1790, mucho antes que la mayoría de las colonias españolas de América. La Revolución francesa que había triunfado un año antes, concedió igualdad jurídica y política a los negros y mulatos haitianos, pero no proclamó el fin de la esclavitud. Sin embargo, estas reformas, fueron desoídas por los haitianos blancos de origen francés lo cual fue caldo de cultivo para que se desataran constantes rebeliones de esclavos.
Toussaint Louverture, el más destacado de todos los militares negros que combatieron por la independencia, descolló también por poseer un pensamiento político estratégico, dotes de liderazgo y visión de estadista. Entendió que debía aliarse primero con los españoles para derrotar a los esclavistas franceses y después de haberlo logrado firmó la paz con el bando liberal francés, lo que lo llevó a ser nombrado Gobernador y Comandante en Jefe de las fuerzas armadas independentistas francesas en Haití. Pero, la metrópoli no veía con buenos ojos el poder que estaba adquiriendo el líder negro y desde 1798 comenzó a tratar de restablecer el dominio total sobre el territorio. Fue el inicio de una historia de más de dos siglos mediante la cual el colonialismo le ha hecho pagar a Haití todas sus “osadías”: Francia porque los haitianos siguieron luchando por su independencia hasta lograrla el 1° de enero de 1804, España porque Haití no aceptó su soberanía después de haber recibido “ayuda” contra los franceses y Gran Bretaña porque Louverture no consintió aliarse con ellos en 1798, cuando el almirante inglés Maitland se lo propuso.
Peor aún, cuando Louverture tomó medidas de orden económico y social para mejorar las condiciones de vida de su pueblo, Napoleón Bonaparte, en el poder en Francia desde finales de 1799, manifestó su público rechazo, enviando en 1801, un ejército a la isla, al mando de su cuñado el general Leclerc quien logró derrotar al prócer haitiano.
Estos, no se rindieron ante la prisión y posterior muerte de su líder, un nuevo paladín emergió del pueblo, Jean Jacques Dessalines, al mando de 100 mil hombres enarboló la bandera roja y negra de la libertad que llevó a Haití a transformarse en la primera república de Nuestra América. Dessalines manifestó simpatía por las ideas de Francisco de Miranda y deseos de apoyar la lucha independentista de la región.
Uno de sus sucesores, el presidente Alejandro Petión, puso en práctica tales ideas. A finales de 1815, después de derrotada la segunda república venezolana, el Libertador Simón Bolívar arribó a Haití, a fin de buscar ayuda para dar continuidad a las luchas independentistas, después de clamar sin éxito por ella, (por diferentes razones) en Cartagena y Jamaica. Antes de llegar a Puerto Príncipe y estando en Kingston, el 19 de diciembre de 1815 Bolívar le escribe al Presidente Petión una carta donde le habla de Haití como el “asilo de todos los republicanos de esta parte del mundo” y le manifiesta su interés por “conocer y admirar de cerca a V. E” en su próximo viaje a Los Cayos en la región meridional de la isla, donde se habían congregado centenares de patriotas venezolanos y neogranadinos, deseosos de reincorporarse a los combates.
Con el apoyo del presidente Petión, Bolívar logra armar una expedición de hasta 1000 venezolanos y de otras nacionalidades y 1000 haitianos, además de obtener 6.000 fusiles, municiones, víveres, una imprenta completa, siete goletas y una importante suma de dinero. Por eso, como recuerda el destacado historiador venezolano Reinaldo Rojas, Bolívar calificó al gran presidente Petión como el “padre de todos los verdaderos republicanos”. Venezuela y los países liberados bajo la conducción de Bolívar le debemos a Haití la independencia y la libertad, lo que podamos hacer por ese hermano país, siempre será poco en comparación con lo que ellos hicieron por nosotros en uno de los momentos más críticos de nuestra historia.
Todas estas acciones significaron demasiada afrenta para los poderes coloniales: primero, una revolución anti esclavista que remeció los pilares de la Europa supuestamente modernizante bajo los influjos de la Toma de la Bastilla, para continuar después, “exportando” sublevaciones que hacían trastabillar el soporte colonial del Viejo Continente en América. Nunca lo perdonaron hasta hoy. La decisión fue someter a Haití a la expoliación, la miseria y el olvido.
En el pasado más cercano, después de 29 años de férrea dictadura de los Duvalier (padre e hijo), parecía haber un proceso de restitución democrática que ayudaría al país a salir de casi dos siglos de marasmo. Sin embargo, en 2004, Jean Bertrand Aristide, el primer presidente elegido democráticamente fue derrocado a través de un golpe de Estado, que contó con la complicidad de Estados Unidos y Francia, solo unos meses después que Aristide anunciara que iba a exigir una reparación histórica a la antigua metrópoli. La respuesta imperial fue la intervención militar, promovida por Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU, que se concretó con la participación de 53 países, entre ellos (para vergüenza de nuestros pueblos), 15 de América Latina y el Caribe, a través de la llamada Misión de Estabilización de la ONU en Haití (Minustah). En fecha reciente, un importante grupo de organizaciones sociales de la región envió una carta pública al Secretario General de la ONU para que “… reconozcan el fracaso de sus estrategias y pongan fin a una intervención que, después de 12 años, no solo ha malogrado los objetivos oficialmente planteados sino que en muchos sentidos ha contribuido alevosamente a empeorar la situación”. Los “resultados de la estabilización” se pueden observar a simple vista: no han mejorado un ápice, las condiciones de vida del pueblo haitiano.
Desde el terremoto de 2010 que asoló al país causando centenares de miles de muertos, heridos y desaparecidos y un millón y medio de damnificados, la asistencia humanitaria a Haití se ha convertido en un gran negocio, sobre todo después de la epidemia de cólera que afectó al país en 2014, introducida, -según afirman expertos- por los propios miembros de la Minustah. La ONU se ha transformado en cómplice de la continuidad del saqueo de Haití, permitiendo la acción de grandes transnacionales que se han repartido el país con proyectos mineros, turísticos y del agro negocio.
Se necesitaban 310 millones de dólares hasta 2017 para erradicar definitivamente el cólera del país, pero solo pudieron recabarse 55 millones. Sólo la solidaridad y apoyo permanente y constante de Cuba y Venezuela han podido en alguna medida generar un frente común en contra de la epidemia. Pero ahora, Haití nuevamente se ve enfrentado a los designios de la naturaleza, el huracán Matthew ha causado la muerte de cientos de ciudadanos y gigantescas pérdidas materiales. Estados Unidos y Francia se han apresurado a enviar una ayuda a Haití equivalente a lo mismo que gastaban durante una hora de su intervención militar en Irak. Ha causado impacto en la opinión pública la carta de una ciudadana haitiana que llamaba a aquellos que quisieran ayudar a los afectados por Matthew, “no donen su dinero a la Cruz Roja de Estados Unidos” (ARC por su siglas en inglés). La información compartida por un usuario de twitter recordaba “lo que hizo" esa organización "con los 500 millones de dólares" que recibió para construir viviendas en Haití tras el terremoto de 2010, cuando esa instancia construyó solo 6 casas de las 700 que había comprometido.
Otro gran ganador de la desgracia del pueblo haitiano ha sido el ex mandatario de Estados Unidos Bill Clinton, cuya fundación creada al salir de la presidencia en 2001, hoy ya tiene un valor de 2 mil millones de dólares, en alguna medida obtenidos a partir de la solidaridad con “Haití”. Clinton se transformó en el gran “mecenas” de la nación caribeña, atrayendo donaciones al país y sobre todo intermediando para que la gigantesca cantidad de vacunas necesarias para combatir las múltiples epidemias que han asolado Haití en los últimos años, se hicieran llegar a través de su fundación. Su esposa Hillary, mientras fue Secretaria de Estado, dio prioridad a los amigos o personas de interés de su marido como contratistas especializados para llevar “ayuda humanitaria” a Haití. Caitlin Klevorick, asesora de la entonces Secretaria de Estado, quien coordinaba las ofertas de asistencia recibidas de la Fundación Clinton, dijo en un mensaje de correo electrónico que necesitaba “que indiquen cuando las personas son amigas de William Jefferson Clinton. Es probable que pueda identificar a la mayoría, pero no a todos”, según dio a conocer la semana pasada, el programa de radio y televisión Democracy Now! emitido desde Estados Unidos y transmitido por más de 900 emisoras de radio y televisión en el mundo.
Haití necesita de todos, y en primer lugar de América Latina y el Caribe. No se trata de limosnas, ni de migajas, sino de asumir realmente un proceso de restauración de la normalidad para lo cual no se necesitan “misiones de estabilización “, sino ayuda financiera para construir hospitales y escuelas y recursos para apoyar las misiones médicas y luchar contras las epidemias, así como aportes para generar una economía productiva. Cada día que pase, y no se haga, será un día de vergüenza para la humanidad y de ignominia para los que miran de manera cómplice sin hacer nada o haciendo muy poco.
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